Ponencia de Patxi Álvarez SJ, experto en ecología, durante el seminario pre-sinodal

Hacia el Sínodo Especial para la Amazonía: Dimensión regional y universal

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Ponencia de Patxi Álvarez SJ Ponencia de Patxi Álvarez SJ durante el seminario de estudios

 

Ecología integral en la Amazonía a la luz de la Laudato Si`

Seminario de Estudio. 

Hacia el Sínodo Especial para la Amazonía: Dimensión regional y universal

 

 

25 al 27 de febrero de 2019

Patxi Álvarez sj

 

Índice

 

1.      La acción de gracias, puerta que conduce al cuidado de la creación   

2.      La vida amenazada   

3.      El origen de las amenazas a la vida   

4.      La necesidad de una ecología integral 

5.      El diálogo requerido  

6.      Nacer de nuevo   

 

El presente texto recorre algunos hilos directrices de la Encíclica Laudato Si’, apuntando a su vez a temáticas que atañen de un modo particular a la Amazonía, a la situación de la naturaleza en ella y a la de las personas que la habitan. Sin embargo, tal como fue solicitado al autor, se detiene con más intensidad en las vetas que animan la reflexión de la Carta, dado que las cuestiones que se referirán a la Amazonía encontrarán un mayor desarrollo en otras aportaciones de la misma jornada del Seminario. Aquí solo se espigan algunas realidades amazónicas, sabiendo que la Encíclica proyecta su propia luz sobre ellas.

De hecho, la Encíclica menciona de modo explícito a la Amazonía en el n. 38, refiriéndose a ella –junto a la cuenca fluvial del Congo– como “pulmones del planeta repletos de biodiversidad”. Señala que estos lugares tienen importancia “para la totalidad del planeta y para el futuro de la humanidad”. Además de recordar la riqueza y valor de lugares como la Amazonía, la Carta indica su fragilidad, expuesta a “los enormes intereses económicos internacionales”. Citando el Documento de Aparecida (2007) dirá que existen “propuestas de internacionalización de la Amazonía, que solo sirven a los intereses económicos de las corporaciones transnacionales”. Finalmente, en ese mismo número agradece la labor de organizaciones internacionales y de la sociedad civil que sensibilizan a la población sobre esta problemática, realizan cooperación y ejercen mecanismos de presión para que los países protejan esta riqueza propia, que pertenece al acervo propio de toda la humanidad.

El presente texto[1] comienza subrayando la necesidad de la acción de gracias y la alabanza por la naturaleza para poder despertar de manera espontánea el aprecio y el cuidado por ella. Se detiene a continuación en la consideración de las problemáticas medioambientales actuales, que están degradando, al mismo tiempo, tanto a la naturaleza, como al propio ser humano, pues el ámbito natural y el humano se deterioran juntos (LS 48) [2]. De modo particular, está afectando a las poblaciones humanas más pobres, que son las más amenazadas. En tercer lugar, explora las raíces profundas del daño que experimenta la naturaleza y que tienen un origen humano. Somos nosotros los causantes de un incremento del sufrimiento del medioambiente. En el cuarto epígrafe se refiere a un concepto clave de la Carta, la “ecología integral”, refiriendo las distintas componentes que contiene, que van mucho más allá del mero cuidado de la naturaleza, abarcando el conjunto de dimensiones de la vida humana. Los dos últimos epígrafes están dedicados a las propuestas que la Encíclica expone para afrontar este desafío: el diálogo para la dimensión social y la espiritualidad –y la correspondiente educación– para la dimensión personal.

1.     La acción de gracias, puerta que conduce al cuidado de la creación

La Encíclica ofrece su propio título como pórtico de entrada al cuidado de la casa común: Laudato Si`. El texto consiste en un cántico, una alabanza a Dios por la creación, una acción de gracias por el regalo de la vida que nos ha sido dada. Esa exclamación constituye la vía de acceso a la protección del medioambiente.

La expresión Laudato Si’ forma parte de una misma familia de títulos que el Papa Francisco nos ha ofrecido en sus documentos, en los que aparece de modo constante una referencia a la alegría: Evangelii Gaudium, Amoris Laetitia, Gaudete et exsultate o Veritatis Gaudium. Hablar de Dios supone expresar su condición de buena noticia para el ser humano: Dios es gracia, suscita nuestra alabanza y provoca nuestro agradecimiento.

En la puerta de entrada de esta Encíclica resuena el eco de la primera página del Génesis, del relato de la creación (Gen 1, 1 – 2,3). Esa narración también es un canto envolvente, que asciende cada día que pasa y que cuenta con su propio estribillo: “Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana, día tercero” (o cuarto, quinto o sexto…). El punto culminante se alcanza con la creación del ser humano. Es entonces cuando Dios mira todo lo que había creado y vio que “era muy bueno” (Gen 1, 31).

Aunque no es el texto más antiguo, los judíos quisieron situar esta narración de la creación al inicio de la Torah, al igual que la Biblia cristiana lo ubica al comienzo de sus páginas. Este relato invita a interpretar la historia de salvación en clave de la bondad, belleza y misericordia de Dios y de su creación. La creación entera es un regalo maravilloso de Aquel que es todo bien. En nosotros produce admiración y una desbordada acción de gracias.

Durante siglos, la creación para los israelitas no comprendía más allá de la extensión del Fértil Creciente, la estrecha franja de su media luna. Todo lo demás era tierra ignota. Aquella pequeña y limitada expresión de la majestuosidad creadora de Dios provocaba su más elevada admiración.

La admiración que suscita la Amazonía

¿Qué habría sido si hubieran conocido la Amazonía? ¿Cómo se habrían expresado? Tal vez se habrían quedado deslumbrados por sus dimensiones y exuberancia, por su diversidad y riqueza, por la generosidad que en ella exhibe la naturaleza y la variedad de la presencia humana. Hablamos de 6,7 millones de Km2 de bosque en 8 países (22 veces la superficie de Italia), del 20% del agua dulce del planeta, de más de 2.500 especies de peces identificadas, más de 40.000 de plantas, de 2.200 nuevas especies descritas desde 1999 y de la existencia de 350 grupos indígenas y de un gran número de pobladores hasta alcanzar los 34 millones de personas[3].

Ningún número puede dar cuenta de la vastedad de esta realidad única e inextricablemente hermanada. No podemos abarcar con nuestra conciencia la riqueza rebosante de la Amazonía. Querer desentrañar su misterio y sobreabundancia bajo el lenguaje de la cuantificación resulta tarea imposible. Solo el asombro continuado ante una realidad que nos supera da los pasos iniciales hacia una comprensión recta de lo que vemos.

Gratitud, alabanza, amor y cuidado

El asombro, la fascinación que la realidad produce en nosotros, engendra gratitud. Agradecemos aquello que admiramos, pues lo percibimos bueno y digno de ser querido. Entonces, la mirada se transforma en una forma de caricia, que no pretende sorprender la intimidad ajena, ni poseer las cosas, sino que goza respetuosamente de la belleza y la bondad de las personas y las realidades. El Papa Francisco dice que “el verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia”[4]. Así estamos invitados a contemplar la creación. También nos recuerda cómo Francisco de Asís se acerca a la naturaleza con “estupor y maravilla” (LS 11) y que de esa actitud brota su alabanza al Creador. Las cosas no son meros objetos de uso a nuestra disposición, sino un verdadero don que nos alegra: “el mundo es algo más que un problema que resolver, es un misterio gozoso” (LS 12). De ahí que la contemplación de la creación en general, y de la Amazonía en particular, suscite el agradecimiento a Dios y convoque la alabanza, con corazón encendido.

La naturaleza tiene una entrañable capacidad evocativa, es una suerte de sacramento de Dios, pues es signo de él y nos une a él. “Cuantos creen en Dios… escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación”[5]; es como un “espléndido libro en el cual Dios habla” (LS 12); “todo el universo material es lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros” (LS 84). Por eso, aunque nos maravilla lo que vemos y alabamos lo que contemplamos, finalmente nuestra loa se encamina hacia el Creador, a quien reconocemos en su desmesura por la grandiosidad de su obra. Caer en la cuenta de que la presencia del Señor asoma en las criaturas mueve al agradecimiento hacia el Creador: “cuando tomamos conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que existe, el corazón experimenta el deseo de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con ellas” (LS 87).

Asimismo, en el momento en que agradecemos, nos percatamos de haber adquirido un compromiso de cuidado. Un regalo se nos confía; ignorarlo, desdeñarlo o destruirlo constituye una afrenta, un desprecio. Las cosas adquieren un valor adicional cuando son regaladas, pues vienen engalanadas con el afecto de quien nos las dio. Cuanto más valoramos a quien las donó, más esmero ponemos en ellas. No se cuelga el dibujo de un niño en la pared por el valor de su pintura, sino para enmarcar la belleza de su corazón generoso.

Así sucede también con la creación, nos ha sido regalada como expresión del cariño de Dios, y eso la convierte en acreedora de nuestro cuidado. No estamos autorizados a expoliar la naturaleza como sus poseedores, como si no tuviéramos que dar cuenta a nadie de lo que hagamos de ella. Dios no nos entregó la creación para que la explotáramos; la dejó a nuestro cuidado creyendo confiarla en buenas manos: “la forma correcta de interpretar el concepto del ser humano como «señor» del universo consiste en entenderlo como administrador responsable” (LS 116). El reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre conduce a un cuidado lleno de ternura. Como dice el Santo Padre, “la creación no es una propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni mucho menos, es una propiedad sólo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un regalo, un don maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con respeto y gratitud”[6].

La lógica humana del amor crece en forma de espiral. Parte del reconocimiento del bien recibido, que nos hace sentirnos bendecidos y amados y suscita en nosotros el agradecimiento, el cual a su vez eleva su expresión en forma de alabanza y cuidado. Es un diálogo entre el amado y el amante que en su despliegue engendra frutos de ternura. Agradecer, amar y cuidar son tres verbos que los seres humanos conjugamos siempre unidos cuando correspondemos al cariño recibido. De modo semejante, el diálogo entre Dios y el ser humano permite descubrir la naturaleza toda como regalo, revestida de hermosura, colmada de belleza y bondad. Se revela como bendición, su sentido más auténtico. El agradecimiento sentido da lugar a una solicitud por todo lo creado, en especial por lo más débil. En ese cuidado la comunicación en clave de amor se expresa y fortalece. Se cuida lo que se ama.

El Santo Padre es consciente de que urge atender la naturaleza herida y amenazada, pero sabe que nuestro empeño en defenderla será esfuerzo desganado de un día si antes no la amamos profundamente. Agradecerla como regalo desbordante de Dios será camino seguro hacia un cuidado esmerado. Resultará ligero y llenará de alegría, será la expresión de un amor que corresponde. Por eso, para proteger la vida antes deberemos decir ante ella: ¡gracias!

En una medida semejante sucede así con la Amazonía: solo nuestra alabanza y agradecimiento por ella, percibir en ella el eco de la trascendencia que nos une al Creador, nos moverá a cuidarla y protegerla en los grupos humanos que la habitan y en sus especies, en toda su extensión geográfica.

2.     La vida amenazada

En medio de una creación deslumbrante, verdadero regalo divino, en las últimas décadas hemos acumulado evidencias que muestran la degradación progresiva a la que la estamos sometiendo. Han saltado todas las alarmas y cada día se acumulan nuevas advertencias. No es posible que sigamos viviendo así, el planeta no lo resiste. Nuestro crecimiento económico a costa de la naturaleza no puede sostenerse. Nuestro modo común de vida es insostenible.

Transformación humana de la naturaleza

El ser humano ha venido transformando su entorno natural desde su irrupción en la historia. El homo sapiens fue ocupando territorios con climas y ecosistemas nuevos desde su cuna africana, gracias a su capacidad de adaptación y a la modificación instrumental de su ambiente para hacerlo habitable. La utilización de las tierras para su cultivo y el dominio sobre algunas especies de animales sobre las que ejerce el pastoreo y su cría doméstica, permitieron que ocupara espacios hostiles, en apariencia, a la pobre y delicada condición humana. Llevamos milenios ocupando desiertos y habitando en el Ártico, viviendo de los recursos marinos en las costas o en los más elevados altiplanos, junto a ríos o en montañas, en la más absoluta diversidad de circunstancias naturales. Allá donde el ser humano ha existido, ha transformado su entorno natural. Es por ello difícil dar con espacios vírgenes.

Todo lo obtenemos de la naturaleza: el vestido, la comida, la bebida, las sustancias curativas, los materiales para la construcción o para la producción de instrumentos. Nuestra capacidad de utilizar las cosas y de convertirlas en medios de los que podemos valernos para subsistir nos ha permitido desarrollarnos.

El Neolítico dio una vuelta de tuerca en esta transformación de los espacios naturales. Se roturaron nuevas tierras y determinados cultivos fueron extendiéndose como un manto uniforme por lo que antes habían sido frondosos bosques. Sucedió por medio de la quema de terrenos, la tala de los árboles o la metamorfosis de humedales en tierra cultivable. También la necesidad de pastos para el ganado fue ocupando espacios, no pocas veces colisionando con las actividades agrícolas. En algunos casos se trató de una verdadera lucha por domesticar los espacios naturales, por hacerlos humanamente habitables.

Un grave deterioro medioambiental

Sin embargo, todo se aceleró con la repentina aparición de la revolución industrial, con el uso masivo de las máquinas y de los combustibles fósiles. “Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los dos últimos siglos” (LS 53). El uso obligado de los bienes de la naturaleza por parte del ser humano, derivada necesaria de nuestra condición material, se convirtió a partir de entonces en un expolio desbocado.

Aun podríamos ser más exactos y afirmar que el mayor daño lo hemos producido desde la Segunda Guerra Mundial, tras la cual los procesos industriales se extendieron por todos los países. Llama la atención la capacidad de transformación y destrucción que ha alcanzado el ser humano en unos pocos años y cómo hemos dejado al descubierto, desnuda, la vulnerabilidad de la tierra y su costosa regeneración.

La Encíclica Laudato Si’, de entre los muchos daños que experimenta hoy la Tierra, refiere cuatro manifestaciones de su deterioro. En primer lugar, selecciona la contaminación y los desechos que generan los procesos productivos. Hemos dado lugar a una creciente invasión de residuos que se acumulan, ensucian y envenenan: estamos creando “un inmenso depósito de porquería” (LS 21). Los entornos humanos se contaminan, causando enormes perjuicios sobre la salud de las personas e impidiendo el sano desenvolvimiento de otras especies. Esto ha sido posible porque por primera vez en la historia hemos transformado los procesos naturales cíclicos, que regeneran y reutilizan la materia, en procesos lineales que comienzan por la extracción de materiales, continúan con su transformación y consumo y finalizan en forma de residuos inutilizables. Amontonamos basura en cantidades colosales.

En segundo lugar, se refiere al calentamiento climático: “hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático” (LS 23). Este calentamiento encuentra una causa decisiva en la quema de combustibles fósiles, en los que durante millones de años se ha acumulado y fijado CO2 atmosférico y que es liberado al aire nuevamente durante la combustión, produciendo un efecto invernadero que aumenta las temperaturas. Asimismo, la deforestación, presente en todo el planeta, pero con especial virulencia en el Amazonas, genera emisiones de estos gases. Este fenómeno está provocando el aumento global de las temperaturas, alterando los patrones climáticos y desencadenando una mayor virulencia y frecuencia de episodios como inundaciones y sequías. Estamos a tiempo de evitar males mayores, pero para ello tendríamos que modificar la tendencia, algo para lo que no parecemos preparados.

En tercer lugar, alude a la pérdida de biodiversidad, que se manifiesta en la extinción de numerosas especies naturales. Es debida a la sobreexplotación pesquera, a la destrucción de biotopos específicos, a la libre circulación de especies invasoras que han encontrado hoy una pangea efectiva por la que expandirse sin fronteras físicas y a la transformación del clima. Estamos extendiendo una cortina de muerte que avanza por el planeta, provocando la destrucción de la diversidad de la vida y rompiendo con ella los delicados equilibrios naturales. Nos encontramos en lo que algunos autores denominan la sexta gran extinción de la historia de la vida en la Tierra[7]. En el pasado estas extinciones masivas constituían acontecimientos episódicos, provocados por algún cataclismo. La actual está desencadenada por el ser humano. Se trata de un proceso cuya velocidad estamos en condiciones de aminorar, pero que no será posible detener.

Por último, menciona el agua, cuya disponibilidad disminuye y que en los espacios humanos aparece cada vez más contaminada, afectando a la salud de las personas. El agua potable es indispensable para los ecosistemas terrestres y acuáticos y no menos para el desarrollo humano. Se trata de un bien escaso, ya que solo el 2,5% del agua en la tierra es dulce; casi toda es agua marina. Y de ese exiguo porcentaje, el 67% se encuentra capturada en la Antártida, en los hielos terrestres del Ártico y en los glaciares de montaña. Sin embargo, los ecosistemas que dependen del agua dulce son muy numerosos y albergan una enorme diversidad biológica. El riesgo que pende sobre el agua dulce amenaza todos estos medios de vida.

Más allá de los graves problemas medioambientales que menciona el Papa Francisco en su Encíclica, otros análisis han tratado de aportar luz sobre estos perjuicios ejercidos sobre la creación. En 2009 Johan Rockström y Will Stephen[8] definieron los límites planetarios que no deben superarse si se quiere preservar un espacio de seguridad para la vida de la humanidad. Se trata de 9 límites que señalan las grandes áreas que tener en cuenta[9]. Añaden a los males ya dichos la acidificación de los océanos, la disminución de la capa de ozono, el deterioro de los ciclos del fósforo y el nitrógeno, el uso del suelo para agricultura, pastos para animales, edificación y explotación forestal, la contaminación atmosférica con materias nuevas y la contaminación química generada por la producción industrial.

El ambiente natural y el ambiente humano se degradan juntos

Este deterioro del medioambiente está afectando a la vida en general, también a la vida humana y particularmente a los más pobres, pues está añadiendo costes a la existencia de los excluidos. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) dedicó su informe sobre desarrollo humano de 2011 a la doble cuestión de sostenibilidad y equidad[10]. Al reflexionar sobre la relación entre ambas indicaba que “el problema principal son las consecuencias adversas que tiene la falta de sostenibilidad ambiental en el desarrollo humano, en especial para los desfavorecidos de hoy”[11]. Afirmaba también que “la degradación del medioambiente afecta más a los pobres y desfavorecidos. Este hecho no sorprende a nadie”[12].

La Encíclica recoge con especial cuidado esta relación entre el deterioro medioambiental y su impacto sobre los más desfavorecidos. Señala que “un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49). Como dirá en una de las frases que conviene recordar de su Carta Encíclica: “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental” (LS 139). Puede afirmarse que la preocupación del Papa en Laudato Si’ no es exclusivamente “verde”, sino por la vida amenazada en general, la de tantos seres vivos y la de infinidad de seres humanos marginados. Pues, de hecho, “el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos” (LS 48).

Este impacto sobre las poblaciones humanas vulnerables se produce en una diversidad de modos. A algunos de ellos hace alusión la propia Encíclica. Así, el incremento de los contaminantes atmosféricos afecta a toda la población, pero los excluidos suelen habitar las zonas más afectadas, no pueden trasladar sus viviendas, utilizan combustibles que generan muchos gases y así inhalan humos dañinos para su salud (LS 20).

Existen empresas que desplazan sus actividades más contaminantes a países en los que la normativa medioambiental es menos estricta (LS 51), a veces con consecuencias mortales para la población local. Un ejemplo clásico de ello es el desastre de Bhopal, India, en 1984, donde el accidente de una fábrica de pesticidas de propiedad mayoritaria de Union Carbide –empresa con sede norteamericana– provocó la muerte de millares de personas. Permanece como paradigma de los peligros de estas prácticas. Es también frecuente “la exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos y líquidos tóxicos” (LS 51), donde los impactos sobre la salud de las personas quedan fácilmente ocultos.

Se estima que existen más de 650 millones de personas sin acceso a agua potable depurada[13], lo cual es fuente de enfermedades debido a la proliferación en esa agua de microorganismos y sustancias químicas. Los niños son los peor parados, elevándose la mortalidad infantil (LS 29). También es frecuente la contaminación de las cabeceras de los ríos debida a las actividades extractivas. “Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable” (LS 30). En ese mismo número se critica la privatización del agua que condiciona su acceso a los medios económicos disponibles, más escasos entre los pobres. El agua potable es un bien universal.

El calentamiento global provocará la subida del nivel de los mares, lo cual impactará en la vida de las poblaciones humanas costeras. Pero serán nuevamente los pobres los más afectados (LS 48), ya que se verán obligados a migrar, tal vez incluso de forma masiva.

Pueden mencionarse otras situaciones en las que el deterioro medioambiental impacta sobre los pobres, y a las que no alude la Encíclica. El cambio climático está limitando la capacidad de las familias pobres para hacer frente a su vulnerabilidad. Los desastres naturales están afectando a las cosechas y producen plagas y enfermedades que generan gastos adicionales. A su vez, cuando se pierden cosechas, se elevan los precios de los alimentos. Esto impacta en la vida de los pobres, pues disponen de un colchón de recursos más fino para hacer frente a estos episodios. Tienen menor capacidad de adaptación a los escenarios a que dará lugar el cambio climático. Los pobres son más vulnerables a estos fenómenos porque tienen menor capital inicial y porque sus sistemas de protección familiar, comunitario y financiero son escasos. Es más difícil para ellos adaptarse a las consecuencias del cambio climático. Incluso existe el riesgo de que las políticas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero eleven los precios de los alimentos[14].

De otra parte, la migración forzada por motivos climáticos aumenta en el mundo, si bien no se conocen las cifras exactas y las estimaciones de cara al futuro presentan grandes horquillas[15]. Estas personas están desamparadas por la legislación internacional, que no contempla la consideración de desastres naturales, como terremotos, sequías o inundaciones, en el reconocimiento del estatuto del refugiado.

Las poblaciones indígenas merecen una mención especial, pues en ellas se entrecruzan los perjuicios sufridos por la naturaleza y por los excluidos. Muchas comunidades indígenas en el mundo están viendo afectados sus modos de vida debido particularmente a la expansión de la explotación natural y minera[16]. Han resultado desplazadas de sus tierras, han experimentado la contaminación del suelo y de sus aguas y sienten amenazadas sus formas de vida y su cultura (LS 146).

El deterioro ecológico y humano de la Amazonía

La Amazonía ha sido explotada desde hace muchas décadas, objeto de expolio constante por parte del ser humano, que la ha considerado una tierra virgen cuyos recursos estaban al alcance de quien los ambicionara para apropiarse de ellos y obtener un beneficio. Queda como ejemplo histórico la “fiebre del caucho” que involucró durante los siglos XIX y XX a varios países de la Amazonía y que contribuyó al crecimiento de ciudades como Manaos en Brasil, o Iquitos en Perú. Bajo su explotación se produjeron numerosos desmanes sobre la población local, indígena o ribereña.

En la actualidad se ve sometida a una larga serie de amenazas, como son la expansión de los monocultivos y de la ganadería, la construcción de numerosas presas que rompen la continuidad del flujo de los ríos, el desarrollo de numerosas infraestructuras de transporte, las actividades mineras o la deforestación[17]. Se trata de realidades que están lentamente transformando la realidad de la Amazonía y debilitando sus equilibrios.

Toda esta actividad humana está a su vez sometiendo a presiones a las poblaciones indígenas y ribereñas, que habitan la Amazonía. No es infrecuente que vean vulnerados sus derechos, en particular, a la libre determinación, a la identidad cultural, al agua, al hábitat o a la no criminalización cuando se movilizan por la defensa de sus derechos[18].

3.     El origen de las amenazas a la vida

La Encíclica Laudato Si’ emprende de forma valiente el ejercicio de identificar la fuente profunda de donde brotan las amenazas actuales hacia el medioambiente y hacia los excluidos. Insiste en que la degradación del medioambiente y de las condiciones de vida de los más pobres tienen el mismo origen: “la misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza” (LS 175). No hay dos causas, sino una sola que daña la creación, a la vez que hace este mundo más inhóspito para los últimos.

Las causas del deterioro socioambiental

En primer lugar, alude al propio corazón humano, que alberga carencias éticas y espirituales que le llevan a degradar el entorno y la convivencia humana (LS 6). Aquí nos encontramos de cara con el pecado del ser humano, que le lleva al narcisismo, la codicia y la avidez de poder, y que son origen de la exclusión de los frágiles y de la explotación de la naturaleza, rompiendo las relaciones de armonía con la creación, con el prójimo y con Dios (LS 66).

Una segunda componente a la que alude la Encíclica consiste en el relativismo cultural dominante, que conduce al ser humano a existir bajo la ilusión de que es el creador de sus propios fines. Se ha erigido en creador autónomo de significado de las cosas, sin respetar los que ellas poseen en sí mismas. Obrando de este modo ha negado la existencia de ninguna instancia superior. De ahí que la libertad individual no respete los límites inherentes a la naturaleza y prescinda de los fines que las realidades tienen. Así se ignora el valor intrínseco de las realidades, que son estimadas solo por su valor de uso (LS 6). La voluntad humana se erige en la fuente de significado de la realidad, prescindiendo de verdades previas que puedan guiar la existencia. Cuando nos constituimos en el origen de valor y significado, cambiamos el mundo real por otro virtual a la medida de nuestros deseos[19]. “Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de extinción?” (LS 123).

Una tercera componente que causa el deterioro de la vida se halla en el actual modelo de desarrollo (LS 43) que –citando a Benedicto XVI– el Santo Padre califica de “superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora”[20]. Ese modo de desarrollo viene espoleado por un consumo inmediatista (LS 162) que ha sido deliberadamente inyectado en nuestra cultura banalizando el ansia de gastar, debilitando la moral del ahorro y devaluando las producciones domésticas a lo largo de todo el s. XX. Esta forma de consumir nada tiene de espontánea, sino que es el resultado de un siglo de ejercicio inteligente de la publicidad, dirigido a fomentar el derroche y a suprimir la inclinación a la austeridad de las culturas tradicionales en que el ser humano ha vivido. El individuo actual se siente muchas veces “incapaz de resistirse tanto a las tentaciones exteriores, como a los impulsos interiores”[21].

Este modelo de desarrollo se apoya sobre la cultura del descarte, a la que tantas veces alude el Papa Francisco, y que “afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura” (LS 22). Las realidades naturales y humanas son primero objeto de explotación y de modo sucesivo, sencillamente superfluos, sobrantes[22]. Con la misma desidia con la que se tira una comida que se considera sobrante, se desecha a los excluidos. Esta cultura del descarte se ha extendido como un manto sobre la humanidad en la forma de una “globalización de la indiferencia”[23]. Nunca hemos conocido mejor que hoy los problemas que afectan al conjunto de la humanidad, ni ha estado tan a nuestro alcance su solución, pero una enorme masa de personas ignora deliberadamente los sufrimientos de sus semejantes, siendo indiferentes a sus desgracias.

Asimismo, LS denuncia el mito del progreso absoluto en un mundo limitado[24]. No hemos comprendido aún de modo cabal la existencia de los límites en nuestro planeta, aunque venimos siendo alertados de ellos desde hace décadas[25]. No puede haber desarrollo real cuando se obvia la premisa de los límites del planeta, que comportan barreras no franqueables en la utilización de sus bienes naturales. Esta práctica nos conduce a un desarrollo insostenible, que alcanzará tarde o temprano su fecha de caducidad. El actual modo de desarrollo no pervivirá en el tiempo, esto es seguro, porque su avidez no puede ser satisfecha por el planeta. Por desgracia, no sabemos cuánto coste habrá de pagar la naturaleza antes de llegar a ese punto final.

El paradigma tecnocrático

Este desarrollo se apoya sobre un paradigma tecnocrático que convierte “la metodología y los objetivos de la tecnociencia en un paradigma de comprensión que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad” (LS 107). Lo que prevalece detrás de este paradigma es una voluntad de “dominio, en el sentido más extremo de la palabra”[26]. La razón técnica se sitúa por encima de la realidad. Ese control lo ejercen de modo particular los poderosos, que son los que dominan los debates culturales y el escenario político (LS 52). Ellos utilizan sus recursos económicos, para poner la técnica al servicio de su lucro y de su ejercicio del poder. Se ha erigido de este modo un sistema que “ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza”[27].

La reflexión de LS sobre la causa de la destrucción de la vida es diametralmente opuesta a un discurso predominante que legitima el actual modelo de desarrollo. Se trata de un discurso que converge con LS en el diagnóstico de los síntomas, pero diverge de ella en la identificación de su origen y también en la solución que propone. Este discurso dominante coincide en señalar que los mayores males actuales consisten en la magnitud de la pobreza y en la destrucción de la naturaleza. Sin embargo, se distancia en los remedios. Por un lado, para superar la pobreza receta más mercado, pues considera que su extensión permite que los pobres atraviesen el umbral de la pobreza[28]. Por otro, para combatir la destrucción de la naturaleza apunta a la tecnología, obviando que, si bien genera muchos bienes, ella misma es la que ha provocado numerosos daños, muchas veces como consecuencia imprevista en el momento en que comenzaba su uso. En realidad, este discurso no propone ningún cambio, sino radicalizar el modo actual de vida, depredador y excluyente, llevarlo a sus últimas consecuencias.

Nuevos estilos de vida, producción y consumo

A este modo de situarse, LS lo califica de evasivo: “Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera” (LS 59).

El Papa Francisco en LS señala que, para superar esta situación, necesitamos modificar nuestro modo de producción, consumo y nuestros estilos de vida[29]. Apelará a una “valiente revolución cultural”: “es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano” (LS 114).

4.     La necesidad de una ecología integral

Si la degradación de la naturaleza y la explotación y exclusión de los pobres ocurren bajo la acción de un mismo mecanismo, necesitaremos llevar a cabo un ejercicio único de protección de la vida y de la casa común, una tarea ecológica que abarque todas las dimensiones de la vida, una verdadera ecología integral[30] que reúna bajo un mismo esfuerzo la defensa de los pobres y la protección de la naturaleza amenazada.

De hecho, se ha extendido la conciencia de que inclusión y sostenibilidad son dos objetivos que perseguir simultáneamente, de tal manera que la lucha contra la pobreza y la defensa del medioambiente se aborden de modo conjunto. Y, por el contrario, existe la seguridad de que no puede avanzarse en un campo a costa del otro.

Esta convicción está a día de hoy extendida en los organismos internacionales. Por ejemplo, como indica un reciente informe del Grupo del Banco Mundial, “para ser social y políticamente aceptables, las políticas de reducción de emisiones deben proteger, e incluso beneficiar, a los hogares pobres. Y para erradicar la pobreza de manera sostenible, las políticas de reducción de la pobreza deben contribuir a la estabilización del cambio climático”[31].

De modo semejante, los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por Naciones Unidas en 2015 reúnen aspiraciones que persiguen de modo simultáneo la erradicación de la pobreza y la protección del medioambiente. Pretenden alcanzar prosperidad y bienestar, garantizando simultáneamente la preservación del planeta.

LS se sitúa en esta gran perspectiva comúnmente aceptada por los organismos internacionales y que se deriva del análisis que acabamos de describir: “Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo”[32]. Señalará también la urgencia de buscar un “desarrollo sostenible e integral” (LS 12). Es por este motivo que desarrolla el concepto de “ecología integral”, una gran propuesta de la Encíclica Laudato Si’.

Componentes de la ecología integral

La ecología integral se refiere al cuidado de la vida en toda la multiplicidad de sus formas. Esta perspectiva rompe la lógica que divide los problemas y nos ofrece una visión sintética del esfuerzo que estamos convocados a realizar. La ecología integral no consiste en la defensa de la naturaleza de modo restringido, sino en la protección de la vida en todas sus formas, en particular allí donde se encuentra amenazada. Los seres humanos convivimos con la naturaleza, pues, de hecho, somos parte de ella. De esta consideración se van derivando los distintos ámbitos que abarca el concepto de “ecología integral”:

Si nos atenemos a su uso civil, el término ecología se refiere en primer lugar a la vida natural. Se trata de proteger los espacios naturales, garantizar la vida de las especies, respetar los equilibrios naturales sin alterar los procesos sobre los que se sostienen, así como valorar su belleza y armonía. Ecología nos habla de forma primaria, por tanto, de la propia naturaleza. Mira las relaciones entre los seres vivientes y el ambiente en que se desenvuelven, se fija en la red de vida que conforman los vínculos que se establecen entre los seres vivos y su entorno. Se concentra en la condición de conectada que presenta la realidad viva.

Sin embargo, desde S. Juan Pablo II, la Doctrina Social de la Iglesia ha procurado que esta preocupación imprescindible por la vida natural no se desentendiera del cuidado de los seres humanos, en especial de los más pobres. Es así como el Papa polaco habló de “ecología humana”[33], con el fin de que las personas excluidas no quedasen olvidadas tras un justo ímpetu ecológico. Como advierte el Papa Francisco, “no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos” (LS 91).

Por tanto, la ecología integral incluye también una solicitud por la vida humana en su conjunto. Esta extensión integral del concepto de ecología conduce a incluir otras preocupaciones que no pueden quedar orilladas u olvidadas.

Ecología integral incorpora el cuidado por el bien común. El bien común se sitúa por encima de legítimos intereses particulares cuando estos atentan contra los derechos de otros seres humanos. Asimismo, reclama la primacía de la solidaridad y la opción preferencial por los más pobres (Cf. LS 158), pues es precisamente en la existencia de excluidos donde se expresa la ausencia de respeto de ese bien común. Este es pisoteado allí donde se margina y desprecia, donde se explota a otros seres humanos y donde se convive con indiferencia con situaciones de pobreza y grosera desigualdad.

Es en este contexto donde se comprende la necesidad de una ecología económica, “capaz de obligar a considerar la realidad de manera más amplia. Porque «la protección del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada»” (LS 141). Es el humanismo, que integra la multiplicidad de saberes, el que ayudará a considerar las cuestiones económicas en el marco de las problemáticas sociales y medioambientales (Cf. LS 141).

Hay también una ecología social, que atiende a la salud de las instituciones sociales y a su debida orientación hacia el bien común. “Cualquier menoscabo de la solidaridad y el civismo produce daños ambientales” (LS 142)[34]. Esa ecología social atraviesa toda la escala de instituciones humanas, desde la familia, la comunidad local, la nación y la vida internacional. Cuando existen disfunciones en estos distintos niveles, como puede ser la corrupción, legislación deficiente, falta de transparencia o conculcación de los derechos de ciudadanía, tanto el medioambiente como los sectores empobrecidos resultan afectados.

La ecología integral demanda justicia entre generaciones. Nuestros derechos no están por encima de los de las generaciones futuras. Haber nacido antes no nos faculta para esquilmar los bienes naturales, que fueron creados para la humanidad en su conjunto, geográfico e histórico. Que su voz esté ausente en nuestros debates, no nos da más derecho a abusar de la naturaleza y a privarles de sus recursos. Si participaran en nuestra toma de decisiones, no nos permitirían vivir como lo hacemos. El Papa insiste en que la ecología integral también ampara a las generaciones futuras: “estamos hablando… de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán” (LS 159).

A su vez, este rico concepto aspira a proteger igualmente la vida en todas sus expresiones humanas, es decir, en las culturas diversas. En nuestro tiempo nos hallamos arrastrados por una globalización cultural que está poniendo al borde de la extinción a numerosas tradiciones. Una cultura global que cabalga sobre unos mismos medios de comunicación dominados por un ramillete de grupos empresariales, sobre la extensión sin barreras de las redes sociales de intereses y sobre un mismo mercado planetario, y que va fagocitando el tesoro de diversidad de las expresiones culturales humanas. Las culturas tradicionales se están sintiendo acosadas por el arribo de otras ofertas de vida buena que atraen irresistiblemente, en especial a los jóvenes. La transmisión a las generaciones jóvenes de valores e identidad por parte de las culturas tradicionales topa hoy con numerosos obstáculos. Afecta también a la transmisión de la fe, obstaculizándola. Las culturas resultan erosionadas por la deserción libre de los individuos, que las abandonan para subirse al tren luminoso de una cultura globalizada que genera sensación de éxito y bienestar. Es como si abandonaran su poblado originario tras la música irresistible de un nuevo flautista de Hamelin recién llegado. El acervo cultural de la humanidad se empobrece con la colonización de una cultura globalizada comercializada. Respetar la vida supone amparar su diversidad.

El Santo Padre cree que una actitud ecológica está llamada a respetar formas culturales ancestrales que portan sabiduría sobre el significado del ser humano y riqueza en sus modos de expresión humana y en su talante y actitudes ante las distintas circunstancias vitales. Reclama cultivar los valores de nuestras tradiciones y velar por la supervivencia de las lenguas nativas, verdaderas expresiones de la diversidad de cosmovisiones y de la sensibilidad humana. “La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal” (LS 145).

Los pueblos indígenas requieren una particular atención, amenazados en prácticamente todas las latitudes, como sucede también en la Amazonía. Sus territorios están sufriendo la explotación foránea de sus recursos naturales y minerales, sus tierras están siendo expropiadas, son desplazados con facilidad por proyectos de desarrollo que no les benefician y desafiados culturalmente por la llegada de una grosera globalización cultural. A muchas de estas comunidades se las considera vestigios de un tiempo pasado, grupos humanos reliquias de la historia. La aspiración a defender la vida –la ecología integral– debe protegerles. Resulta particularmente injusto que sean hoy los grupos humanos más amenazados, siendo así que durante milenios han sabido salvaguardar la integridad de sus entornos naturales y han cultivado una sabiduría de admiración y respeto por su entorno natural de la que tanto podemos aprender quienes pertenecemos a culturas depredadoras. Ellos han apreciado la trascendencia de lo creado, el particular relieve de su encanto. “Es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores” (LS 146).

Una ecología integral ayuda también a considerar qué es una vida buena, es decir, genuinamente humana. Nos mueve a convivir en armonía con los demás seres humanos y con las demás realidades, ayudándolas a crecer. Nos lleva a cultivar nuestra fecundidad, a dejar a un lado la obsesión por el beneficio material y a nutrir a todos los otros seres, actuando a imagen del Creador.

Una ecología así entendida nos abarca a cada uno de nosotros y a nuestro propio cuerpo. También nosotros somos objeto de atención ineludible de esta actitud integral: “aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana” (LS 155). No podemos manipular a nuestro antojo la naturaleza de las cosas, ni la del propio ser humano[35].

El Padre, Creador de la vida, nos invita a gozar y celebrarla, a descubrirla y admirarla, a nutrirnos de ella y a cultivarla, respetando su ser y haciéndonos también nosotros cada vez más humanos en el proceso. Una llamada a una ecología integral.

Ecología integral en la Amazonía

En las últimas décadas hemos cobrado conciencia progresiva de la unicidad que presenta la Amazonía. Un gigantesco entramado de vida, vinculado a la mayor cuenca fluvial del mundo, que ha establecido a lo largo de millones de años una red de relaciones entre especies naturales y su medio físico, dando a luz a lo que hoy se denomina el bioma amazónico. Ese entramado de vida se extiende por múltiples naciones, convive con la presencia de comunidades humanas, particularmente compuestas por indígenas y ribereños, está afectado por las actividades económicas de naturaleza industrial y extractiva que tienen lugar, condicionado por las legislaciones nacionales diversas, lastrado por la corrupción y la impunidad…

Cuidar de esta delicada y extrema riqueza que es la Amazonía, de la vida que subsiste en ella, supone un verdadero ejercicio de ecología integral, llamado a proteger simultáneamente la vida natural, las culturas que habitan en ella, las relaciones sociales y económicas que se establecen y el conglomerado de redes internacionales en comunicación con este espacio.

La Encíclica propone dos vías para dar respuesta a la crisis socioambiental que afrontamos: por un lado, el diálogo para acordar consensos básicos, actitudinales y legales, que protejan el medioambiente y, por otro, la consolidación de un nuevo modo de ser humano. Dedicaremos los siguientes dos epígrafes a estas dos vías.

5.     El diálogo requerido

Los desafíos derivados de la protección de la naturaleza y de la defensa de los pobres son radicales. No son meras tareas, sino transformaciones que deberemos experimentar como sociedades y personas. Nos afectarán en nuestra identidad, individual y colectiva, modificándolas sustancialmente. En el presente epígrafe nos referimos al aspecto social, en el siguiente aludiremos al ámbito personal.

Un diálogo que asume la corresponsabilidad

El Santo Padre insiste en la Carta que “todo está conectado” (LS 16, 91, 117, 138, 240) y que esta es una verdad básica sobre la que debemos construir nuestra respuesta. Todos somos parte unos de otros. Conformamos un todo en el que nada de lo que sucede a uno de los miembros es indiferente para el conjunto. Si esto es así, ante las problemáticas ambientales y sociales que nos afectan a todos, todos tenemos la responsabilidad y el derecho de aportar a su solución.

Es ahí donde aparece el diálogo: diálogo como la herramienta por medio de la cual la comunidad humana se hace cargo de los problemas compartidos. Tenemos que involucrar a todos al tratar los problemas de la casa común.

En el fondo de esta perspectiva se encuentra una visión teológica profunda. El Espíritu de Dios late en el interior de cada una de las personas, expresándose a su manera. Todas tenemos algo sustancial que aportar, pues nuestra contribución, por parcial que sea, es esencial para la construcción de los escenarios comunes. En el diálogo, todos tenemos una palabra que puede estar inspirada por el Espíritu.

El Papa concibe el diálogo como una forma de encuentro[36]. Si algo ha caracterizado su pontificado hasta el día de hoy ha sido su capacidad de encuentro con una gran diversidad de personas de distintos credos y convicciones. El Santo Padre está generando puentes para responder conjuntamente a los desafíos de la humanidad de hoy. No cree que el diálogo sea un modo de negociar intereses, sino un medio de búsqueda del bien común para todos. “Dialogar no es negociar. Negociar es tratar de llevarse la propia «tajada» de la tarta común. No es eso lo que quiero decir. Sino que es buscar el bien común para todos”[37].

En realidad, toda la Encíclica Laudato Si’ es un ejercicio de diálogo: está dirigida a toda persona que habita este planeta, para “entrar en diálogo… acerca de nuestra casa común” (LS 3). Acude a las ciencias en su diagnóstico y desea una comunicación intensa y productiva con ellas (LS 62). El texto fue publicado unos meses antes de la celebración de la COP21, la Conferencia sobre el clima que tuvo lugar en París en 2015, pues el Papa quería realizar una aportación a las discusiones intergubernamentales que allí se produjeron.

Por una política que sea cauce de encuentro y diálogo

La necesidad de un diálogo público conduce al ejercicio de la política. Si el diálogo es tan importante, la política también lo será. De hecho, la tradición de la Iglesia invita a valorar positivamente la política, como un arte de lo posible, en el que se busca el bien común, tratando de salvaguardar los bienes particulares sin anularlos, pero subordinándolos al bien más universal. Para Pío XI la política era el ámbito mayor de la caridad[38].

El Santo Padre se sitúa en la misma corriente de pensamiento. Considera que la política honesta que busca sin descanso el bien común es una de las formas más altas de ejercicio de la caridad[39]. A continuación, el Estado “sobre la base de los principios de subsidiariedad y solidaridad, y con un gran esfuerzo de diálogo político y creación de consensos, desempeña un papel fundamental, que no puede ser delegado, en la búsqueda del desarrollo integral de todos”[40]. No es cándido, sabe que el Estado siempre corre el peligro de quedar capturado por grupos de interés que pretenden acaparar privadamente los bienes públicos. A esos grupos se les ha dado en llamar “élites extractivas”[41]. De ahí que demande una rehabilitación de la política[42], pues la política se pervierte en la práctica sectaria.

La política también se degrada cuando se abdica en favor de la economía, decidida a defender el bien privado. La economía debe estar al servicio de la política y no al revés: “la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia” (LS 189). En realidad, política y economía deben colaborar para que los bienes pertenecientes al conjunto de la humanidad alcancen a todos.

Campos de diálogo

El capítulo quinto de Laudato Si’, “Algunas líneas de orientación y acción”, está dedicado enteramente al diálogo[43]. En él se destacan algunos campos en los que este diálogo es preciso. En primer lugar, se encuentra el ámbito internacional. El medioambiente es un bien común que desborda fronteras. La contaminación puede producirse en un país, pero sus efectos nos llegan a todos. Se trata también de nuestra contribución al calentamiento climático, de la disminución de la biodiversidad, de la protección frente a catástrofes naturales… Son bienes comunes que necesitamos salvaguardar entre todos. Se necesitan diagnósticos compartidos, consensos prácticos, regulaciones públicas, monitoreo de las prácticas y sanciones en caso de conculcar las normativas. “En definitiva, necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza para toda la gama de los llamados bienes comunes globales” (LS 174): hablamos del aire, el agua, el clima, los océanos… Solo por medio de acuerdos internacionales podremos defenderlos. Estamos muy lejos de ello, pero precisamos insistir en construir estos acuerdos para no seguir dañando el mayor bien que compartimos, la creación.

En segundo lugar, se encuentra el ámbito nacional. En él contamos con muchas más herramientas para el debate público y mayor conocimiento sobre las cuestiones. Es a nivel local donde se puede establecer una diferencia en la vida de las personas. Por otro lado, sabemos que solo la suma de infinidad de iniciativas locales podrá marcar una diferencia. Es en esta esfera local donde los ciudadanos y la sociedad civil en general tienen una mayor capacidad de participación. Es más sencillo acceder a nuestra clase política, a alcaldes/as, gobernadores y miembros de la administración. El potencial que contiene esa participación es un acicate para seguir preocupándonos conjuntamente de nuestra casa común.

Un tercer ámbito es el diálogo entre las religiones para la defensa del medioambiente y de los más pobres. La religión en sus distintas formas sigue siendo un aspecto esencial de la vida de una mayoría de los hombres y mujeres de hoy. A través de las diferentes religiones se pueden promover “las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad” (LS 200). El Papa Francisco ha venido promoviendo este encuentro con distintas religiones e iglesias desde que fuera elegido: con judíos, musulmanes, budistas, pentecostales, ortodoxos… Desea que cada credo ahonde en su identidad de servicio a la humanidad y pueda favorecer este compromiso global. Ese proceso beneficiará al conjunto de los seres humanos y hará más honda y auténtica la vivencia religiosa, pues todas ellas trabajan por el amor, la justicia y la paz. Las religiones pueden “entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad” (LS 201).

En cualquier caso, no podemos ser ingenuos, sabemos lo complejo que es el diálogo y lo fácil que se corrompe. Y sin embargo es el único método a nuestra disposición para abordar juntos las cuestiones comunes. No hay otra vía. La crisis socioambiental que afrontamos “nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad” (LS 201). El diálogo, al que acompaña el reconocimiento y la amistad, es el camino.

6.     Nacer de nuevo

Cuando se lee la Encíclica Laudato Si’, se tiene la convicción de que lo que el Papa Francisco propone es una humanidad nueva. Entonces se siente un cierto vértigo. No se trata de un mero cambio en nuestros comportamientos, sino de una renovación de nuestro ser. Aspira a una transformación en el orden del ser –quiénes somos y cómo nos percibimos– y no únicamente en el orden de la acción –cómo nos comportamos y por qué–. De ahí que afirme que “no habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología” (LS 118). El buen ser nos conducirá al buen hacer, al buen vivir.

El Santo Padre no cree que baste con ir dando respuestas a las numerosas urgencias que vayan apareciendo. Considera que el desafío es de mayor calado y que requiere de nuestra parte “una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad” nuevas (LS 111). Estamos hablando por tanto de una verdadera revolución en el ámbito de la cultura: otra forma de relacionarnos con la naturaleza, con los demás y con nosotros mismos. Nos adentramos en tierra desconocida; podríamos decir que estamos invitados a “nacer de nuevo”, como sugería Jesús a Nicodemo (Jn 3, 4).

Un nuevo ser humano

El surgimiento de un nuevo paradigma de ser humano precisa una fuerte mística, es decir, una fuente de motivación interior. El desafío no se resuelve exclusivamente en el cambio esforzado de los hábitos y de los comportamientos, o no se prolongará en el tiempo, será solo el ejercicio cansado de un día. ¿Cómo vamos a salir de la espiral consumista en lo personal y depredadora en lo civilizatorio si no trastocamos los valores que llevamos pegados a la piel? Nuestras sociedades son profundamente materialistas, muchos de nosotros lo somos. Es necesario alterar esta inclinación voraz hacia lo material, que parece hoy indispensable para toda vida deseable.

De ahí que precisemos otra sensibilidad, otro modo de percibir la realidad, de mirar el medioambiente, de orientar nuestros deseos. Una nueva espiritualidad incorporada a nuestro modo de entendernos y de comportarnos. En el fondo estamos hablando de qué significa hoy para nosotros, en el mundo desigual e insostenible que vivimos, vivir bien. Qué significa “vida buena”.

Un nuevo paradigma y sensibilidad dará lugar a nuevos estilos de vida, que habrán de contar con algunos contenidos esenciales. Entre ellos encontramos la austeridad responsable, que consiste en vivir con simplicidad, sin excesos, sin hacernos con más cosas de las necesarias. Sencillez de vida para vivir mejor: “La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora” (LS 223). Todos tenemos experiencia de haber gozado de aquellos momentos en que hemos dejado paso a la frugalidad. La ligereza que produce desasirnos de lo innecesario. Es otro modo de comprender la calidad de vida.

La responsabilidad apela a hacernos cargo de lo que sucede con las cosas, de su destino final. Podemos reducir, reutilizar y reciclar, favoreciendo los ciclos de los productos, para que nada se desperdicie, al igual que la naturaleza, que tampoco despilfarra y vuelve una y otra vez a reiniciar procesos, como si bailara en círculos. Se trata de una responsabilidad que pondrá freno al consumismo obsesivo que nos enreda y se dispone a compartir con generosidad los bienes disponibles.

Otro de los contenidos de un nuevo estilo de vida consiste en la capacidad de contemplar. Hablamos de preferir la contemplación agradecida a la posesión satisfecha. Esto supone una elevación del espíritu para lograr una finura interior capaz de descubrir la belleza y la armonía de las cosas, sin pretender acapararlas para uno mismo. Contemplación que abre el acceso a un mayor goce de la vida y de sus acontecimientos sencillos, sin caer en una sofisticación afectada.

La contemplación agradecida conduce a enamorarse de la realidad, que es la condición que da paso al cuidado. El nuevo modo de vida propuesto privilegia un cuidado caracterizado por el cariño y la ternura, dirigido hacia todas las criaturas, pero especialmente hacia las más frágiles y vulnerables.

Este cuidado conducirá a vivir una nueva solidaridad, como respuesta consecuente a sentirnos en relación de amistad con todo lo creado y como responsabilidad compartida sobre todo lo que existe. De ese modo también nosotros podremos reconocer en cada cosa y persona, un hermano o hermana, como le ocurría a San Francisco. Es la capacidad de vivir en simpatía y amistad con todo.

Como puede verse, es otro modo de vivir, más simple, más empático con la realidad, más armonioso, ligero y alegre: “se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración” (LS 223). En el fondo, estamos hablando de una nueva espiritualidad. La educación jugará un papel esencial en su despliegue.

Sin embargo, el reto no es meramente individual, es comunitario, cultural, civilizatorio. “La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria” (LS 219). Tenemos necesidad de cambios que nos afecten a todos nosotros, que nos permitan inaugurar colectivamente esta forma de vivir y de situarse ante el mundo. Como ya hemos dicho anteriormente, el Papa afirma que necesitamos una “revolución cultural” (LS 114).

Un nuevo ser humano, una nueva cultura, una nueva ciudadanía

De modo que la Encíclica nos está proponiendo un nuevo ser humano, una nueva cultura y una nueva ciudadanía. El protagonismo es nuestro. Un nuevo ser humano que sea sensible a la belleza y bondad de la naturaleza, vibre ante su vulnerabilidad y resiliencia, sea capaz de contemplar la vida y estremecerse ante el Creador cuya bondad asoma en ella discretamente, para que nuestra pequeñez no se obnubile ante su grandeza. Una persona comprometida con el bien común, que se vive en solidaridad con los cercanos, con la sociedad de la que es vecina, con la humanidad, porque nada humano le es ajeno. Alguien que defiende a los últimos, que mira por ellos, que opta de modo preferente por su promoción y trata de acompañarlos en su crecimiento, que piensa en el legado que dejará a su paso a las generaciones futuras.

Una nueva cultura que establezca nuevas relaciones con el medio natural, conociéndolo, estimándolo y protegiéndolo. Que viva de los bienes de la naturaleza sin esquilmarlos, estableciendo ciclos en el uso de los recursos, respetando los propios equilibrios naturales. Con capacidad de acceso a oportunidades paritarias para todas las personas, fomentando el crecimiento de todas, respetando su diversidad, poniendo límites a la explotación. Una forma de relacionarnos que fomente la empatía y refuerce los lazos de solidaridad mutua, rompiendo los grilletes de la injusticia.

Una nueva ciudadanía global, que se haga cargo de los bienes globales que tiene que gestionar, para que perduren para el futuro, para que todos nos podamos beneficiar de ellos, que no mire por lo pequeño, sino que vele por el bien común. Una ciudadanía que se dote de una autoridad capaz de regular legislativamente sobre la base de la ética y del aprecio mutuo, que proteja a las comunidades tradicionales y garantice la integridad de su espacio natural.

La educación será uno de los pilares sobre el que habrá que edificar este edificio personal, colectivo y de humanidad. Tal vez esta generación presente no sea capaz de roturar la tierra donde crece este sueño, y solo sean capaces las próximas. La educación abrirá el paso estrecho que conduce hacia esa nueva tierra.

 

En los dos últimos epígrafes hemos abordado dos vías para dar respuesta a la crisis socioambiental que afrontamos: una que aborda la cuestión de los consensos legales y actitudinales a los que debemos llegar, por la vía del diálogo, y otra que pregunta por un nuevo modo de vida individual y colectiva, por la vía de la espiritualidad y de la educación. Sin duda, esta última es la más transformadora. Pero también es la más larga. En el entretanto deberemos construir entramados legales de nivel nacional e internacional para proteger la vida amenazada. No bastan las buenas intenciones, se necesitan también los límites de la ley y su respeto, que sujetan a quienes expolian, o al menos hacen menos sencilla su tarea. Nada tan perentorio también para la Amazonía como disponer de estos ordenamientos jurídicos que velen por preservar su riqueza y cuiden su vulnerabilidad. Leyes que sean implementadas y su quebrantamiento perseguido.

Por el camino, seguiremos avanzando en una nueva conciencia ecológica que solo las generaciones futuras verán florecer en todo su esplendor. Algo que sucederá, sin ninguna duda, con el empeño humano y la asistencia del Dios que renueva todas las cosas.

 

 

 

 

[1] Este artículo es deudor de otros trabajos previos del mismo autor: “Cuidar la creación, defender al pobre”, Sal Terrae: Revista de teología pastoral, Tomo 101, Nº 1175, 2013, 119-132; «“Nacer de nuevo” para una ecología integral», Manresa: Revista de Espiritualidad Ignaciana, Vol. 87, Nº. 345, 2015, 339-350; «Defender al pobre y proteger la naturaleza», Revista de fomento social, Nº 281, 2016, 81-98; Diez cosas que el Papa Francisco quiere que sepas sobre ecología, Publicaciones Claretianas, Madrid, 2016.

 

 

[2] Número 48 de la Encíclica Laudato Si’. El resto de citas de la Carta se referirán de este modo.

 

 

[3] Charity, S., Dudley, N., Oliveira, D. y S. Stolton (ed.), Living Amazon Report 2016: A regional approach to conservation in the Amazon, WWF Living Amazon Initiative, Brasília and Quito, 2016.

 

 

[4] Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 2013, 199.

 

 

[5] Constitución Apostólica Gaudium et Spes, 36.

 

 

[6] Papa Francisco, Discurso a los participantes en el I Encuentro mundial de movimientos populares, Roma, 28 octubre 2014, en http://bit.ly/1CnV9zc, visitada en enero 2019.

 

 

[7] Kolbert, E., The sixth extinction, an unnatural history, Bloomsbury Publishing Plc., Great Britain, 2014.

 

 

[8] Rockström, J., Steffen, W., et al., «Planetary boundaries: exploring the safe operating space for humanity», en Ecology and Society, 14 (2), art. 32, 2009.

 

 

[9] Una buena explicación puede encontrarse en Sachs, J., La era del desarrollo sostenible, Bilbao, Deusto, 2015, en su cap. VI, los límites planetarios.

 

 

[10] PNUD, Informe sobre Desarrollo humano, Sostenibilidad y equidad: Un mejor futuro para todos, 2011. Puede encontrarse en http://goo.gl/MDJm8L, visitada en enero 2019.

 

 

[11] Ibíd., p. 22.

 

 

[12] Ibíd., p. 49.

 

 

[13] World Health Organization & UNICEF, Progress on sanitation and drinking water, 2015 update and MDG review, 2015, en http://goo.gl/aqfeQH, visitada en enero 2019, 7.

 

 

[14] En noviembre de 2015 el Banco Mundial publicó un lúcido y preocupante informe sobre los impactos del cambio climático en la pobreza: World Bank Group, Shock Waves, Managing the impacts of climate change on poverty, 2015, en https://goo.gl/VCQixj, visitada en enero 2019.

 

 

[15] Cf. International Organization for migration, Migration and Climate change, en https://goo.gl/yV8OLN, visitada en enero 2019.

 

 

[16] Puede consultarse Wessendorf, K., El Mundo Indígena 2011, 2011, en http://goo.gl/o8EVgM, visitada en enero 2019, 14.

 

 

[17] Charity, S., Dudley, N., Oliveira, D. and S. Stolton (ed.), Living Amazon Report 2016: A regional approach to conservation in the Amazon, op. cit., 42-61.

 

 

[18] REPAM, Informe Regional de vulneración de Derechos Humanos en la Panamazonía, Quito, 2018.

 

 

[19] Esta es la cuestión sobre la que el Arzobispo de Canterbury Rowan Williams centra su comentario sobre la Encíclica, en Embracing our limits, setiembre 2015, en https://goo.gl/wLW5Yt, visitada en enero 2019.

 

 

[20] En LS 109, citando a Benedicto XVI, Caritas in veritate, 2009, 22. A este modelo de desarrollo, Francisco va a oponer otro, que calificará de “humano integral” (LS 109) y “sostenible e integral” (LS 13).

 

 

[21] Gilles Lipovetsky, La felicidad paradójica, Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo, Anagrama, 2007, 121. Este autor ofrece un agudo análisis de la introducción y desarrollo de las prácticas consumistas en las sociedades.

 

 

[22] Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 2013, 53.

 

 

[23] Ibíd., 54.

 

 

[24] Fares, D., “Povertà e fragilità del pianeta”, en La Civiltà Cattolica, 3961, 11 luglio 2015, pp. 35-49, 43.

 

 

[25] Un hito histórico y ya clásico de advertencia de los límites de nuestro desarrollo se encuentra en Meadows, D., Meadows, D., Randers, J., y Behrens W., The Limits to Growth. A Report for the Club of Rome's project on the predicament of mankind, New York, Universe Books, 1972, en https://bit.ly/1n8EMMP, visitada en enero 2019.

 

 

[26] En LS 108, citando a Romano Guardini.

 

 

[27] Papa Francisco, Discurso en el encuentro con los movimientos populares en Bolivia, en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), 9 julio 2015, en https://goo.gl/omZE9L, visitada en enero 2019.

 

 

[28] Consideran que este es el motivo por el que unos 1.100 millones de personas hayan salido de la extrema pobreza desde 1990 hasta 2015 (Banco Mundial, octubre de 2015, Pobreza: panorama general, en http://goo.gl/r8SVpo, visitada en enero 2019). En su mayoría, unos 700 millones, se trata de ciudadanos chinos. El mecanismo consistiría en el trickle down, el desbordamiento de los bienes de los incluidos que termina por caer en forma de migajas sobre los pobres, librándolos de su pobreza, cuando así sucede.

 

 

[29] Con referencias al menos en LS 5, 26, 59, 145, 164, 191, 195.

 

 

[30] El Santo Padre dedica todo el capítulo IV de la Encíclica (LS 137-162) a la ecología integral. Puede profundizarse más en el contexto y contenidos de este concepto en Tatay, J., Ecología integral. La recepción católica del reto de la sostenibilidad, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2018.

 

 

[31] World Bank Group, Ondas de choque, Contener los impactos del cambio climático en la pobreza, Nota de política 1/3, noviembre 2015, en https://goo.gl/TfgToF, visitada en enero 2019.

 

 

[32] LS 92, citando a la Conferencia del Episcopado Dominicano.

 

 

[33] S. Juan Pablo II, Encíclica Centesimus Annus, 1991, 38.

 

 

[34] Citando a Benedicto XVI, Encíclica Caritas in Veritate, 2009, 687.

 

 

 

[35] Benedicto XVI, Discurso al Parlamento alemán, Berlín, 2011, citado en LS 155.

 

 

[36] Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 2013, 239.

 

 

[37] Papa Francisco, Discurso en el 5º Congreso de la Iglesia italiana, 10 noviembre 2015, en http://bit.ly/1NwmEMu, visitada en enero 2019.

 

 

[38] Pío XI, Alocución a los dirigentes de la Federación Universitaria Católica, 18 diciembre 1927.

 

 

[39] Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 2013, 205.

 

 

[40] Ibíd., 240.

 

 

[41] Cf. Acemoglu, D., y Robinson, J., The origins of power, prosperity, and poverty. Why nations fail, Crown Business, 2012.

 

 

[42] Papa Francisco, Encuentro con la clase dirigente de Brasil, 27 jul 2013, en http://bit.ly/1qpZ7BI, visitada en enero 2019.

 

 

[43] Dedica al diálogo todo el capítulo quinto (LS 163-201), titulado “Algunas líneas de orientación y acción”. Por su parte, José Ignacio García desarrolla los principios, criterios y valores a los que, a su entender, apela la Encíclica para desarrollar este diálogo: José Ignacio García, «El diálogo en Laudato Si’. Pasión por responder a los retos medioambientales y sociales», en Enrique Sanz Giménez-Rico (ed.), Cuidar de la Tierra, cuidar de los pobres, Sal Terrae, Santander, 2015, pp. 125-140, 132-135.